miércoles, 22 de mayo de 2019
LA PERDIDA DE LA VIDA IRRENUNCIABLE - TEXTO REFUNDIDO Y ADAPTADO
Hoy ha sido un dia de calor. Y también de sofocos. El barbudo, tiene serios problemas de atención con un seguro de hogar que,... pero, no; no es esa la historia que quiero contar. No me interesan mucho los seres que viven pendientes del cero coma, en esa zona milimétrica y miserable entre el céntimo y la dignidad personal.
Como decía, hoy ha sido un dia de calor sofocante, tanto que, de no ser porque había que ir a por el pan, no hubiese salido de casa por nada del mundo. Pero, el barbudo necesitaba ir a por el pan y, ya puestos, he decidido acompañarle. Creo que también planea ir en busca de un arnés que me vaya bien para sacarme a pasear y presentarme en sociedad. Un pensamiento este que aún no se si me conviene o no, si me convence o no. No estoy muy seguro. Por muchos motivos diferentes. El primero en importancia, es que ignoro por completo qué es eso de una "sociedad". El segundo, porque mi temperamento es el que corresponde a un cachorro de mi edad: despreocupado, alegre, travieso e infantil. Y el tercero, porque soy un chihuahua, un perro; y los canes vivimos el momento, vivimos el presente y no nos inquieta en absoluto el modo humano de vivir, siempre atribulados por la apariencia, siempre ajetreados en confeccionar un futuro que no existe o, atrapados en los meandros de un ayer que no volverá. Así que, no me acaba de convencer esa manera cada vez menos humana e insatisfactoria de vivir que tiene a los humanos inquietos y descontentos de continuo.
Hemos ido a un centro veterinario que hay justo en la calle de enfrente de donde solemos comprar el pan. Una calle cuyo nombre recuerda el pasado catalán en cuba: Matanzas. Y, sin necesidad el sustantivo, hemos embocado la calle y allá que hemos ido.
Antes de entrar, hay que llamar al timbre que, apremiado por la presión del dedo del tipo barbudo, mi amo, emitió una especie de chirrido grosero que más bien parecía una invitación a irse que a traspasar la puerta. Es un lugar pequeño, atiborrado, de luz poco hospitalaria y de rincones habitados por un sin fin de artículos. La mujer que atiende el centro parece una figura de cera. Su aspecto es frágil, delicado, enfermizo. Sin embargo, su apariencia quebradiza no consigue eclipsar su aura de buena profesional y genuina enamorada de los animales. Una especie de hada en peligro de extinción, amenazada por una sociedad despiadada, incapaz del mínimo gesto si no hay un beneficio que lo justifique. En cambio, el hada gaseosa y cerúlea emplea tiempo, dinero y esfuerzo personal en asistir, acoger, amparar y defender a aquellos seres, a aquellos animalitos que no pueden ayudarse.
En principio la cosa ha ido bien. Yo estaba encantado con toda aquella cantidad de aromas distintos, todos atrayentes, que han capturado por completo mi atención, hechizandome.
Ante mi se desplegaba un ejército entero de sacos y bolsas contenedores de todos los piensos habidos y por haber, soñados y deseados: de pollo con arroz, de ternera con verduras, de pescado. Tienen también nervios y tendones desecados; campanillas, cascabeles, collares, muñecos de colores, pelotas y toda suerte de golosinas tentadoras. Es como entrar en un Gran Bazar de las ilusiones de Las Mil y Una Noches. En esas estaba yo cuando, sin esperarlo, de frente, ha aparecido Mao, el gato obeso mórbido del centro veterinario. Como haría Alí Babá, se ha presentado a paso lento, calculado y, sin mirar nada ni a nadie, de un solo gesto volátil, se ha subido a una caja donde descansaba un almohadón, esperándolo. Y, con la gracilidad propia de una bailarina de ballet, se ha hecho una rosquilla y, tras bostezar con indiferencia, se ha quedado dormido. No podía creer lo que estaba viendo. Jamás había visto un gato en mi vida y claro, en seguida he querido bajar de los brazos del barbudo para mejor inspeccionar que era aquello, quién era "ese".
Mao, el Gran Sultan, es en realidad un gato recogido de la calle y criado por el hada de cristal y, como es natural, ha visto y se ha relacionado con perros desde el primer dia. Bueno; con perros, con pájaros, tortugas, hurones y también otros gatos, claro. Por ese motivo, porque Mao es cosmopolita y manso como un cordero, mi dueño me ha permitido dejarme llevar por la sorpresa inicial y observar mi reacción. Al ponerme en el suelo junto a sus pies, lo primero que he hecho ha sido dar dos tímidos pasos hacia adelante, con cautela, sigilosamente, como si yo mismo fuese un gato y, sin quitarle a Mao el ojo de encima, he empezado por olisquear el aire a distancia y mantener el rabo en tensión, como una antena. Por fin, me decido y me acerco. Lo huelo. No me inspira confianza. Doy dos pasos hacia atrás y un pequeño salto; junto las patitas delanteras, me agacho, levanto el culete y,... empiezo a ladrar para llamar su atención. Mao, alza la testa, me mira con suficiencia y alteza y desde un profundo desdén, lanza un, <<¡¡Maaooo,..!!>> que resulta ser un poderoso argumento que me convence de que, ante lo desconocido, si amenazante, lo más sensato es correr en busca de refugio y volver a los brazos del barbudo, como dice el bolero, otra vez.
Ella: -.¿Que tal, como va Tete?... ¿Sigue dominando el?
El barbudo: -. Si; en esta peli, siempre gana el prota.
Se ríen. Ella me coge y me examina. Interroga a mi amo interesada por mi comportamiento, por mi dieta y mi vacunación y si ya he salido a pasear por la calle.
-. No; aún, no -contesta el barbudo-. Ese es uno de los motivos que nos han movido a venir.
-. Tu diras; ¿en que puedo ayudarte?
-. Veras; necesito un arnés para poder sacarlo a pasear. ¿Cual me recomiendas?
No le explica que, la última semana del mes de Agosto en que ella estaba aún de vacaciones, el dia en que me vacunó, también me compró un arnés de color aguamarina y ribete marrón con cierre dorado, tipo "fashion", estampado a topos blancos, un poco,... folclórico, del que no quiero saber nada. No me gusta. Es una horterada. Parece un calzoncillo vintage. Y para acabarlo de rematar, con correa a juego.
-. Mira -la veterinaria le enseña uno-; yo te recomiendo este modelo. Es ajustable y, ahora, lo que interesa es su seguridad porque, al principio no quieren ir sujetos, no están acostumbrados y se escapan.
El barbudo esconde como puede el escalofrío de terror que le sacude todo el cuerpo solo de pensar que pudiera escaparme. El modelo que le muestra me gusta. Y el color, también. Y, encima, es mas economico que el "folclórico-fashion". Seguro que mi amo se daría ahora mismo una sonora bofetada pero, tendría que dar explicaciones así que, opta mejor por no hacer nada. Bueno, si; sonríe y dice:
-. Oh; mira que bonito.
-. Si. Estos están muy bien. Vamos a probárselo a ver si la medida es la correcta, que no le apriete y que sea una sujección segura.
-. Si, por favor.
Dice el barbudo mientras piensa, <<¡Ay, madre! A ver como se lo pone; con lo nerviosito y marimandón que es este>>. Entonces comenzó el baile. Empecé con mi contorsionismo habitual; una pata para aquí, otra para allá, uñas y dientes en lid desesperada, ahora muerdo, luego araño, gimo, lloro, me debato, me defiendo,... y de golpe, como quien no quiere la cosa, decido abandonar la lucha. Ceso. Me tranquilizo, muevo la cola, la veterinaria me coloca el arnés por la cabeza primero, luego una pata, después la otra, sin reniegos ni trifulcas. Inaudito en mi. En el "mi" que era entonces, claro.
-. Cuando tengas que ponérselo tu -le dice el hada al barbudo-, busca un lugar cómodo para ti y para el y, poco a poco, con paciencia, Tete se irá acostumbrando.
-. Chica, muchas gracias porque, la verdad, tiene mucho carácter y no siempre todo es tan fácil.
-. Ya, claro; además son muy, muy listos.
-. Desde luego -confirma mi dueño-. ¿Tu has visto el cráneo tan grande que tiene? ¿Imaginas el tamaño del cerebro?
-. Claro. ¡Por eso son tan listos! Ja, ja, ja,..
-. Ja ,ja ,ja,..
-. No deis un paseo muy largo. Es el primer dia.
-. No, no; si vamos para casa.
-. ¿Vives muy lejos?
-. Al lado de la colchonería.
-.¡Ah! Aquí mismo, pues.
-. Si, si; aqui cerquita.
Ya en la puerta, con la despedida, mi amo me deja en el suelo para que camine por la calle por primera vez.
No quiero. No me gusta llevar el arnés. Siento que he perdido mi libertad de movimiento, el libre albedrío, la oportunidad de decidir, de opcionar.
-. Bueno, pues, que vaya bien -sentenció desde la puerta el hada transparente.-
-. Gracias. Muchas gracias. Igualmente -contesta el barbudo mientras mantenemos un forcejeo de gladiadores urbanos y primerizos.
Llegar a casa; una salida resuelta de forma habitual en poco menos de dos zancadas, se convierte en la travesía de Los Andes. Estirones, paradas súbitas, forcejeos y tropezones, son los adjetivos que acompañan la odisea de llegar al hogar. Las ganas de orinar me están matando. Atado con la correa, sujeto a la voluntad de mi amo, voy trotando como puedo en un avance lastrado cuando, a tan solo a una esquina antes de alcanzar mi calle, mi amo se encuentra con Pere, un antiguo amigo con quien empieza una charla debate para mi propio incordio porque, mira tú por donde, ahora me invade la prisa de estar en casita cuanto antes. Y, es que,... ¡Me muero por miccionar! Y eso solo lo hago sobre mi empapador,... cuando consigo llegar a tiempo o me acuerdo. Sino, cualquier otro rincón de la casa me sirve. Pere, pregunta:
-. ¿Qué le pasa, porque llora?
-. Porque quiere llegar a casa.
-. Aaahh,.. ¿que tiene hambre, a lo mejor?
-. No, no; tiene pipí.
-. Y, ¿por que no lo hace aquí, en la calle?
-. Porque necesita su espacio, sus olores, su seguridad,... Es la primera vez que sale.
-. Aaahh,... Pues, vaya.
Como a Pere no le gustan mucho los perros y siempre pueden mantener las charlas que les de la gana cuando les de la gana, me pongo impertinente a más no poder y me salgo con la mía.
Se despiden y se desean buena suerte. Al llegar a mi calle, -¡Por fín!- las aceras están jalonadas de amplios parterres donde todos los perros que viven o transitan, desahogan sus fuentes aromáticas para alivio propio y solaz de unos y otros compañeros de especie. Quedé abducido completamente por aquella sensación olfativa novedosa. Asalté el primer parterre y entré en un frenesí aspirativo recorriendo el perímetro ajardinado hasta completarlo. La experiencia me embelesa. La novedad me fascina. El perfume me extasía. Me entretengo, me demoro,... De repente, el magnetismo olfativo cesa por un efecto represor combinado entre correa, arnés y un tironcillo voluntad personal del barbudo que me sustraen del espejismo. El barbudo me mira, sonríe y nos vamos para casa.
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Al llegar, antes de cambiarme de ropa, entramos en la cocina y Tete se estira sobre su cojín expuesto a propósito a pleno sol; tal como a él le gusta. Me cambio de ropa, me lavo las manos y vuelvo a entrar en la cocina dispuesto a preparar la comida. Antes miro a Tete y me doy cuenta de que algo ha cambiado en el. Ya no parece aquel cachorrito. Ya no parece aquel bebé. Su físico se ha espigado. Su expresión conserva la mirada inocente pero, su niñez,... su niñez se ha esfumado. Me doy cuenta al observarlo de que, sus gestos, también empiezan a ser otros. Por la noche, a la hora de las carantoñas y los mimos, de los juegos y los besos en la cama, antes de apagar la luz, veo con claridad la niñez evaporada. Las hormonas del crecimiento han conspirado a la vez y es como si, Tete, tras su paso por la exposición de los irresistibles perfumes del parterre, hubiese enterrado en el su niñez para encarar la enigmática y sorpresiva adolescencia. Acabo de ser testigo de la pérdida irremediable de lo que siempre debió de ser la vida irrenunciable.
Pero, olvido decir que, cuando subimos a casa, Tete, había aprendido a hacer pipí en la calle,... ¡Y yo había olvidado comprar el pan!
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Muy buen comienzo de la primera salida de Teté.
ResponderEliminarMuy bueno
Graaciiaaass... Ksss
ResponderEliminarMuy muy bonito, interesante y entretenido el relato de la primera salida de Tete. Me he trasladado mentalmente y he paseado con vosotros.
ResponderEliminarQuedo a la espera de más acontecimientos de Tete y su barbudo dueño.